La Casa de los Abuelos Fatigado viajero: no sigas tu camino Sin antes ver las sombras que habitan esta casa. Aquí duermen los hitos que alzaron el destino Y escribieron la historia vertical de una raza. Entra, buen caminante. Te presento al abuelo. Se murió de hidalguía al pie de su palabra. Cuando cerró los ojos, comprendimos que el viejo Tenía en sus cenizas los reflejos de un hacha. Noventa años de lucha detuvieron su sangre A la orilla rebelde de su bíblica barba. Quienes le conocieron, juran que ya en la tarde El abuelo era un bronce debajo de una ruana. Fue joven cuando Antioquía despertaba en las cumbres A golpes de zurriago el himno de una casta. En vez de cumplir años cumplía virtudes Y al morir era un monte de Bienaventuranzas. Trabajó simplemente. Su hoja de servicios Tenía mas estrellas que una noche del Cauca. Cuando le apuntó el bozo, le apuntó en el camino Mirando a Dios de frente y arreglando las cargas. El corazón del viejo era un reto a la vida Nunca espéro el futuro. Fue un yunque de esperanzas. Por eso cuando el pulso se le apagó, tenía Ya lista la mulera para el viaje del alma. Levantó caseríos y sembró sin fatiga Su sangre y sus canciones en surcos de montaña. El abuelo fue prodigio lo mismo que una espiga Y envejeció en la altura igual que un campana. No sigas caminante. Entra en este recinto Y admira lo que hicieron los hombre de mi raza. Aquí todo es añejo, tiene sabor a vino Y duele dulcemente con dolor de nostalgia. Empecemos la historia por este Crucifijo: Perteneció a la abuela, una mujer tan santa Que con igual paciencia y con el mismo hilo Remendaba las penas y su ropita blanca. Fue una ancianita noble, con Dios en todo el cuerpo, Toda llena de arrugas y de fechas lejanas. Una mujer inédita que zurcía recuerdos. Y con catorce hijos era tímida y casta. Frente a este crucifijo la abuelita pedía Por todos los que fueron cilicio en sus entrañas. Y la abuela rezando se quedaba dormida Sin soltar de los su rosario de lágrimas. Este viejo rosario de chaquiras silvestres, Ya casi tiene un cielo florecido de canas. Por sus cuentas pasaron el dolor y los meses Llevando de la mano oraciones descalzas. La abuelita fue casi un álbum de cenizas, Con renuncias en casi todos los rincones del alma. Orando por sus hijos se le apagó la vida En silencios de aceite lo mismo que una lámpara. Éste es un tinajero. Un corazón de barro Que se pasó las horas acariciando el agua Gota a gota ha medido inviernos y veranos Y ahora está cediendo repasando distancias. Si él pudiera contarnos los íntimos secretos Que vio en los corredores vetustos de esta casa. Nos diría que entonces, si lloraban los besos Era porque el hermano mayor no regresaba. Aquí esta la totuma. No es el rancio abolengo Ni se curva en pulidas y hermosas filigranas Simplemente es el vaso que hizo un Dios-alfarero Y Dios hace los vasos redondeando la savia. Este "taciso" humilde y ya casi olvidado Fue antaño un instrumento de gloriosa prestancia. Dicen que él es culpable del Sol de los Venados Porque cortó el crepúsculo cuando cortaba caña. El azadón que miras, llevó por muchos años El futuro de Antioquía cargado a sus espaldas. Por eso está encorbado y por eso el trabajo Lo incrustó en los cuateles maiceros de su heráldica. Ahí tienes la mazorca. Sus granos no son de oro Pero pesan lo mismo que pesa la montaña. Si Antioquía se muriera, de una mazorca en polvo Renacería más grande y con mayo pujanza. Te presento el trapiche. Su violencia es tan dulce Que si llora pulpa, llora de enamorada. De su queja inocente como de niña núbil Aprendieron el ángelus que rezan las campanas. Ahí esta la mulera. Su trabazón es burda Porque la hizo el arriero con nervios de una raza. Ella puede arrugarse pero romperse nunca Y aunque la manche el barro sigue digna y honrada. Este carriel de nutria, de bolsillos secretos, Guarda un retrato antiguo, dos dados y una carta, Una flor ya marchita y un rústico yesquero Para encender tabacos y calentar nostalgias. Éstas son las pantuflas y éste el escapulario Con el que entró a los cielos la abuelita lejana. Éste es el viejo poncho y éste el sencillo herbario Con torojil, con paico, con ruda y mejorana. Te presento el machete y también la peinilla, Éstos son los zamarros y éstas las alpargatas. Aquí tienes el frasco aún con veterina Y allá en los corredores, colgadas las enjalmas. El fogón de tres piedras aún parece que espera Que se encienda la lumbre con tizones del alma. Mira el pilón callado, sin ropa la batea, Sin aguamasa el bongo, sin aceite la lámpara. Espera, caminante. El tiplecito viejo te va a contar como era antaño la nostalgia. Deja que lo punteen los dedos del abuelo Y entenderás que tiene corazón esta casa. Escucha ese bambuco: habla de "chapoleras" Y de ojos que parecen luceros con pestañas. La abuelita tenía piel de canela y seda Cuando el Viejo querido lo cantó en su ventana. El tiplecito puede decirte que en la selva La tierra florecía si sus cuerdas sonaban. Y es que todo Antioqueño, cuando adora y recuerda Se aprieta las canciones como mulera al alma. Aquí tienes el noble orgullo de este pueblo: Es un blasón de acero al que llamamos hacha Derribar los robles y de morder los cedros Se convirtió en pequeña bandera anquilosada. Y ésta es la Virgencita. Tiene a Dios en los brazos Y el cielo repetido bajo su frente pálida. Cuando se despidieron del mundo los ancianos También se fue borrando el brillo de su cara. Esa cuna vacía tuvo una vez un llanto, Y una ilusión pequeña y una sonrisa clara. No indages por los nombre. El tiempo fue borrando Los pequeños detalles de una lejana infancia. Sigue, buen caminante. Ya te mostré este templo Donde oficia el pretérito de un pueblo de montaña. Cuando alejes tus pasos, piensa que los abuelos Se murieron de honrados sin mancillar sus canas. Dile a quien te pregunte, que aquí donde el Capiro Celosamente cuida las ruinas de una casa, El corazón comprende que ya no es su latido Como el de aquel abuelo que se murió de ruana. Dile a quien no lo sepa que aquí bajo este cielo En donde hasta la espina da su dolor con gracia, Antioquía sigue siendo tierra de los abuelos Pero ya no tenemos la honradez de la raza Ya no cantan los tiples ni florecen los trinos, Ya no es dulce el trapiche ni es firme la palabra, Se fueron los abuelos, se nos borró el camino Y del tiempo pasado sólo queda esta casa. JORGE ROBLEDO ORTIZ